A Jaime, ¡EL
MAESTRO!
Mira,
Jaime, eso no se hace: largarte por las buenas (o por las malas) sin avisar,
sin decir nada a nadie. Tú, que siempre has sido tan mirado en todo, que
siempre has creído que cualquier cosa que hicieras y que repercutiera en los
demás, era una molestia ajena, es que ahora te has pasado; te vas y no nos das
tiempo a darte esa mano de amigo; es que te has ido y no te hemos podido decir;
¡Suerte, maestro!. Te has ido por la puerta de atrás, la de cuadrillas, porque
la puerta grande no hacía falta abrirla, siempre la mantenías abierta.
Sabemos
que tú no hubieras querido eso y por eso sientes en tus propias carnes lo que
sentía el poeta:
Un
manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal me ha derribado.
Te has ido y atrás han quedado
tantos momentos juntos inolvidables: aquellos cafés en tus horas libres, aquel
compartir aficiones y que lo eran todas: buen yantar y mejor beber, conciertos,
lecturas, toros… Como decíamos en aquellas largas y duras sesiones de
inspección: ¡Mira que tenemos suerte: es que nos gusta todo!
Ahora bien, Jaime: te lo perdono, te perdonamos esa partida
sin previo aviso. Es que hasta en los toros, cuando un animal tiene que
retornar a chiqueros, al maestro le dan tres avisos. Es que tú no le diste al
presidente de esta faena que nos concediera el don de escuchar, al menos, uno.
Y te lo perdonamos porque no ha sido culpa tuya, ha sido un mal hado, y por eso
nos resistimos a permitir que te vayas, no se lo perdonamos a esa mala bestia
que te nos ha arrebatado, te vamos a buscar y seguro que nos encontraremos
No
perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
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En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofe y hambrienta
.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte
a parte a dentelladas secas y calientes.
.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte
Y claro que nos encontraremos, si ya te
tenemos aquí, en nuestra memoria, en lo más profundo de nuestro corazón, y de
nuevo
Alegrarás
la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Pero mientras eso vaya a ocurrir, te
propongo, como un pobre don Juan al Comendador, una cita:
A
las aladas almas de las rosas...
de almendro de nata te requiero,:
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Tenemos que hablar de las no sé cuántas
orejas que cortó José Tomás en Nimes, pese a lo mal que está la fiesta y ¡encima ahora te vas a ir tú!; tenemos que
comentar la última novela de Landero,la última de Woody Allen (por cierto, ¡qué
mala es!) hemos de procurarnos unas entradas para el Rigoletto, hemos de recordar aquella memorable velada de la Mutter en el Palau con el Concierto
para violín de Beethoven y la 2ª de Mahler, cuyo título,¡oh casualidad! es Resurreción…¡de
tantas cosas hay que hablar! Mira que Fina nos espera en la Inspección, con su
ensaladilla, mejillones y nuestro ¡VERMÚ!
¡Ay, Jaime, cuántas cosas tenemos que decirnos…!
Jaime,
eres, en el sentido machadiano de la palabra, un hombre bueno, y digo eres,
porque nunca te has ido, has salido un momento, y nos estás pidiendo perdón por
no avisarnos, y sé, sabemos, que a la vuelta de la esquina, nos volveremos a
encontrar. Y entonces serás tú el que nos tendrá que decir muchas cosas, esas
que los de esta otra orilla desconocemos. Ahora solo queda expresarte un último
brindis:¡Suerte, maestro! ¡Va por ti!
Juan Luis Moliner
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